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Socosani, 2014
Sobrevolamos con una vista impresionante de verdad. Aunque es pequeña la ventana del avión, se enmarcan el intenso azul del cielo y el blanco de las cumbres nevadas de Arequipa y se aprecia a fondo la expansión de los andes.
Aterrizamos temprano con ligeros vientos noreste de aquel aire limpio y gélido que se presentía desde el vuelo. El Misti detrás, color café e inmenso, y el Chachani, de 6,075 metros de altura, imponen la presencia de dos gigantes. Ambos volcanes se elevan por sobre todas las cosas y parecieran mirarnos mientras nos alejamos para ir a conocer la ciudad.
En Arequipa el día es nublado y con el cielo revuelto, llueve a mares. Esa noche no se oyen truenos ni se ven relámpagos, pero se siente la fuerza del agua, que nos manda a permanecer quietos y a oscuras porque hasta cortó el fluido eléctrico.
Amanece despejado y con sol para la visita al Valle de Socosani. De la lluvia de ayer sólo quedan algunas pistas afectadas y un cielo en el que se revelan las cumbres blancas del Misti y del Chachani. Cuarenta minutos en auto con un paisaje de majestuosos cerros, roca rosada, marrón, verde, blanca y gris, en caminos que parecen tajados dentro de la montaña, nos conducen a un oasis con carrizos, eucaliptos, palmeras y pinos, en donde brota del suelo naturalmente la mas pura agua mineral.
Bebes de una botella el agua de aquellos ojos de manantial, mientras conoces el proceso de embotellado, libre de químicos, que hace posible que puedas llevar esa agua contigo a todos lados, y entonces entiendes que los nevados que sobrevolaste al llegar, la lluvia de la noche anterior, y los volcanes, forman parte de un ciclo en el que el agua viaja esparciendo vida y energía, desde el aire hasta el subsuelo, y que esa agua es el agua de Socosani, la que ahora fluye en ti y calma tu sed.